Hace ya muchos años que se investiga si algunos animales pueden ser capaces de orientarse en un campo magnético.
Existen pruebas de que algunos animales poseen un líquido con propiedades magnéticas, así como de que su comportamiento magnético se desvanece en las cercanías de las líneas eléctricas (puesto que éstas producen también campos magnéticos que interfieren con el de la Tierra).
Palomas mensajeras, tortugas marinas, abejas, hormigas, ratas topo, ballenas, etc, utilizan este sentido para su propia supervivencia.
Existen dos tipos de hipótesis en las que trabajan biólogos, geocientíficos y físicos, elaborando modelos y estructuras que intervendrían en tal fenómeno.
Se descubrió, por ejemplo, que los petirrojos eran sensibles no sólo a la intensidad y dirección norte-sur, sino también a la inclinación o ángulo que forman las líneas de campo magnético con la Tierra.
Podrían tener partículas microscópicas (que funcionan como una aguja de brújula), pero que son difíciles de distinguir de los contaminantes.
Hasta ahora sólo se hallaron mecanismos magnéticos en las bacterias.
Estaríamos hablando de un "sexto sentido", el magnético.
Otro mecanismo está basado en la física cuántica, se basa en las propiedades magnéticas de los componentes de la materia (spin del electrón, espín del núcleo) que reaccionan ante campos magnéticos externos en presencia de luz.
De acuerdo con otra explicación, la velocidad de producción de algunas sustancias es sensible a la interacción del campo magnético externo con las partículas fundamentales de la materia, por lo cual, en función de a qué campo magnético sometamos a estos seres vivos, llegarán a su cerebro cantidades diferentes de cierta sustancia, que funcionaría como un neuroreceptor, en función de la cual el cerebro emite las órdenes adecuadas.
Al mismo tiempo, si tenemos en cuenta que las ondas de radio no son más que campos electromagnéticos que varían de dirección y sentido cada cierto tiempo, en función de su frecuencia, obtenemos el resultado de que estas ondas desbaratan la brújula interna de las aves.
En cualquier caso, es necesario que haya luz para que se produzcan estas reacciones, por lo cual el órgano sensible es el ojo.
Puede que el ser humano conserve también este mecanismo, pero todavía no se llegó a demostrar.
Esto es todo un hallazgo, ya que no siempre existe la posibilidad de descubrir un nuevo sentido.